viernes, 3 de febrero de 2017

Samyama, la no experiencia del Ser. Adrián Marcelli


 
En cada paso del camino del Yoga existen algunas recomendaciones clásicas. Al iniciar la práctica del samyama, que es el estadio de los tres últimos niveles del sistema del astânga Yoga, el consejo es tener paciencia.

Si anhelas la trascendencia y la iluminación, tu ego empezará a funcionar como un huracán, absorbiendo la energía que has refinado a lo largo del camino. Si no cruzaste el “puente” de prathyâhâra, seguramente no podrás continuar y te desilusionarás. Una postura hierática sin haber logrado previamente la maestría del “contacto” con tus percepciones, descubrir el arte de “desconectar” y “deshacer tus nudos” emocionales, puede ser un buen camino para profundizarlos y complicarlos más, evitando la liberación de tu propia carga.

Sin haber atravesado el camino correctamente, sin la dirección de un Maestro, seguramente lo más que lograremos, en el mejor de los casos, es un estado aceptable de relajación o una técnica de sensibilización.


El samyama (atención, unión, iluminación) constituye el último estadio del Yoga. Por ello, hay que insistir en el sistema del Yoga integralmente, en el que cada nivel, cada disciplina, tiene un sentido a partir del conjunto.

La tradición del Yoga sostiene una visión organísmica del ser humano, y que en el proceso de la expansión de la conciencia se van rebasando los límites del sí mismo, desde lo corporal, pasando por una conciencia de unidad individual (unidad de los planos de manifestación física, emocional, mental y espiritual), hasta llegar a la conciencia de unidad entre el sí mismo, la naturaleza y el universo, por medio de una identidad de sintonía, de vibración.

La psicología transpersonal, en Occidente, distingue entre conciencia transpersonal como unidad con el cosmos, la naturaleza y el universo; y la conciencia trascendente de unidad total: unidad del Ser. Sin embargo esta subdivisión parecería ajena al planteamiento del Yoga clásico y del Yoghismo.

En Occidente, el concepto de meditación tiene muchas interpretaciones, desde “aplicar el entendimiento a la consideración de una cosa”, hasta tener experiencias de “sonidos” y “luces” provocados en ciertas prácticas de cierto misticismo elemental.

Recordemos que la psicología del Yoga hace una diferencia entre la vigilia, el ensueño y el sueño. Y el samyama actúa en la conciencia plena, evitando estados de autosugestión o autohipnosis.

Samyama (…) no puede ser obtenida sino por medio de una síntesis del saber y de la intuición, de la razón y de la sensación, de lo objetivo y de lo subjetivo” (R. de la Ferrière,1961, p. 59).

La paciencia es, pues, requisito para permitir la experiencia de la libertad de los citavritti, de las pasiones y los torbellinos mentales. Nuestra cultura nos ha “educado” en una cierta tensión que exige resultados, beneficios, productos, satisfactores inmediatos ante cualquier esfuerzo. Introyectamos colectivamente que, ante cualquier reto, el mejor camino es el más corto.

Sin embargo, la experiencia del samyama trasciende la tendencia aprendida en la que nuestro ego marca el camino a seguir. Samyama busca la identidad del ser, de nuestro sí mismo.

Dentro de las diversas tradiciones de las escuelas de meditación, la más conocida se llama Vippâsana. Existen tres modalidades de ella. Veamos:

La primera es la más recomendable para las personas que no están muy avanzadas en la práctica de las âsanas, o que han vivido en una permanente actividad y movimiento. Es la técnica más recomendable para lograr la sintonía de la conciencia corporal, emocional y mental.

Esta modalidad, tal vez, es la más recomendable para las personas que viven en una ciudad de Occidente:

1.  La técnica se realiza caminando, volviéndote consciente de cada movimiento de tu cuerpo, por pequeño que éste sea, con los ojos abiertos.

2.  Puedes caminar en círculo o en línea recta y regresando, siempre llevando a cabo cada movimiento lentamente, como si estuvieras dentro de una película proyectándose en cámara lenta.

3.  Cualquier estímulo exterior (formas, volúmenes, colores, olores, movimientos, sonidos, ruidos, etcétera) debes observarlo, sin que te involucres, sin evaluarlo, sin detenerlo.

4.  Camina lentamente, pero esta vez no vas a atender tus percepciones, solo la respiración, el aire que entra y sale de tu cuerpo. Después, la atención estará en el punto de contacto de los pies con el piso.

5.  Posteriormente, pondrás la atención en los latidos del corazón. Dejarás que el prana entre y toque tu corazón (del movimiento al corazón). Si es difícil, atiende la base la columna vertebral y, de ahí, atiende el corazón.

6.  Percibe el aire que entra por tu garganta. La respiración tiene que ser lenta y prolongada, sin forzarte en lo más mínimo.

7.  Cuando descubras que estás plenamente relajado, deja invadirte de prana en todo el cuerpo. No atiendas ningún punto; deja pasar cualquier pensamiento; solamente obsérvalo.

8.  Tu movimiento ha tomado un ritmo y tú estás entrando en un estado vibratorio especial. Vive la no experiencia de ti mismo.

9.  Puedes caminar de 20 a 30 minutos, y después, relajarte recostado en el piso unos cinco minutos.

Los maestros (Gurus) suelen dar indicaciones especiales e individuales en esta técnica a personas con amplia experiencia en el conjunto del sistema del Yoga.

La segunda modalidad es, tal vez, la más popular en Oriente. Las indicaciones generales respecto a los estímulos exteriores e interiores son las mismas. Esta es una técnica particularmente más fácil para las mujeres:

1.  La técnica se realiza en una de las posiciones tradicionales de meditación, con la columna erguida y la cabeza levantada.

2.  El punto central de esta técnica está en la respiración.

3.  La atención se centra en la expansión y contracción de tu vientre a la entrada y salida del aire.

4.  La atención en este centro implica movilizar la energía sutil al derredor del plexo solar, que es el mayor receptor de energía del exterior y de la vida misma. Este es el punto desde donde los artistas marciales concentran y lanzan al exterior su energía en un movimiento o un golpe.

5.  Posteriormente, la atención la llevarás a los latidos del corazón; dejarás que el prana entre y toque tu corazón (del movimiento al corazón).

6.  Cada vez el corazón se hace más silencioso; los pensamientos desaparecen y descubres tu propio silencio.

La tercera técnica requiere de una actitud más pausada; sin embargo, es una técnica tradicionalmente masculina:

1.  La técnica se realiza también en una de las posiciones tradicionales de meditación con la columna erguida y la cabeza levantada.

2.  El punto central de ésta técnica está en el aliento a través de las fosas nasales.

3.  Posteriormente, la atención la llevarás a los latidos del corazón. Dejarás que el prana entre y toque tu corazón (del movimiento al corazón).

4.  Encontraras tu ritmo, el silencio. Las racionalizaciones, las ideas, los pensamientos se diluyen.

Cada una de estas dos últimas variantes de Vipassana pueden realizarse en unos 20 a 60 minutos. Tradicionalmente, la técnica nos señala la importancia de mantener los ojos cerrados. No debe combinarse con ejercicios de pranayama, los cuales tienen otro momento y otra función.

Debes evitar la tensión. Cuando me refiero a atención, es a estar alerta y perfectamente consciente, no a iniciar tensiones alrededor de una actividad o centro de energía del cuerpo. La respiración es un medio y en un momento tomará de manera natural su propio ritmo y no demandará tu atención.

No se trata de alcanzar una meta cuantificable, sino develar, descubrir nuestro verdadero rostro que siempre ha estado ahí, en nosotros mismos. Para lograr el estado de meditación, hay que resolver y parar toda tensión y atención corporal, mental y emocional. Parar toda actividad, es una experiencia íntima, del ser (ontológica), en la que te despojas de los ropajes y estás ahí, en el ser, en tu centro, totalmente relajado.

En el proceso de meditación, hay un momento que requiere de una intervención sutil: de un “truco” para acceder al ser. Una experiencia personal que podríamos ejemplificar con el momento en que aprendes a nadar o a conducir una bicicleta. Tus padres o instructores te han explicado “cómo”, pero tú tienes que confrontar el momento y encontrar “el truco”, tu modo personal de flotar y nadar, de equilibrarte y pedalear. Por ello, es importante el “puente” de prathyâhâra, que te ha entrenado para tomar contacto y distancia de los fenómenos psicomentales. Existe una línea sutil, una frontera, que atravesar sin perder tu plena identidad.

Para meditar (el primer escalón del samyama), es indispensable despojarte a voluntad de los sonidos, de los sabores, de los aromas, de las tonalidades. Llegar al silencio.

Las percepciones, las emociones, los pensamientos están presentes en cada momento de nuestra vida cotidiana. La meditación nos permite hacer presentes pequeños instantes de silencio. Al principio, serán experiencias fugaces; más tarde se volverán cotidianas. Y llegará el momento en que accedas a tu silencio a voluntad.

La concentración (segundo escalón del samyama) es la acción de penetrar en los objetos externos, sean o no iconos de la tradición, símbolos, objetos de arte, objetos utilitarios o de la naturaleza. En esta disciplina, es esencial la presencia del Maestro, y la plena identidad del sí mismo. El Maestre de la Ferrière nos alerta que no es una acción de disolverse en el objeto, sino de penetrar en su vibración sin perder la identidad del sí mismo.

Meditación y concentración constituyen aún una experiencia, al permitirnos acceder a un estado de vibración, y por tanto, de conciencia del sí mismo. Estas experiencias te facilitan la habilidad para responder al medio de acuerdo a cada circunstancia; te permiten fluir. Adquieres una inteligencia cualitativamente diferente; ya no existen patrones determinados por la cultura o la educación que te aprisionen, ni respuestas confeccionadas (introyectadas). Cuando develas tu ser, la acción continúa, pero tú tienes acceso a tu centro.

A partir de un conocimiento profundo del sí mismo, surge el respeto a uno mismo y a los demás.

Prathyâhâra junto con la experiencia de la meditación y la concentración, te permiten eliminar los obstáculos, las obstrucciones, los bloqueos, para acceder a tu potencialidad natural.

Y para esta develación del sí mismo, es necesario despojarse de las muletas. Por ello, no es posible, por ejemplo, utilizar música en meditación; ésta es un buen medio para el prathyâhâra, no para el samyama. La conciencia no puede ser creada desde el exterior. Está más allá del alcance de los estímulos exteriores.

Y he aquí una señal reiterada por los Maestros: cualquier cosa que se te atraviese a la mente durante el proceso del samyama, es algo ajeno a tu ser. En el camino de la meditación, de la identificación, de la iluminación, tu ser está más allá de las “experiencias” agradables o desagradables. Requieres dejar de hacer programas en tu mente, colores y sensaciones en tus emociones, tensiones en tu cuerpo; aventurarte a la experiencia del Ser en el punto medio, en una profunda relajación.

Recordemos una vez más las huellas de los dedos de tu mano, que son originales e irrepetibles. Así son los caminos para llegar al Ser. Cada cual debe encontrar, en el momento preciso, en la frontera desconocida, su forma personal, su movimiento íntimo, su sonido original. El siguiente paso, tu imperceptible “técnica” para acceder al centro más íntimo, para convertirte en un observador de lo relativo y de lo esencial.

En la tradición del Yoga existen innumerables parábolas. Una de ellas nos habla de que el estado de meditación es, cuando frente a un huracán te conviertes en el centro: estás dentro del mar, las olas están agitadas, la tierra ha revuelto el agua y ha impedido la visibilidad; los troncos y las piedras se mueven con violencia de un lado a otro, y tú estás en el centro, plenamente consciente de cada movimiento, con plena conciencia del conjunto. No eres el que agita o mueve la tempestad, tú estás observando.

Puedes mirar al exterior o al interior a voluntad (la voluntad del sí mismo), entonces descubres tu identidad. Eres conciencia, estás sintonizado hacia adentro y hacia afuera. Eres parte del cosmos, y se te había olvidado. La capacidad de observar conscientemente, de no perder el más mínimo detalle, de mantener tu vibración, en una especie de empatía universal, eso es meditación (samyama).

El Maestre de la Ferrière plantea tres niveles en el desarrollo del samyama:

El primero consiste en darle un sentido y una dirección al pensamiento. Prathyâhâra nos ha permitido afinar y regular la energía de nuestros sentidos. Ahora la energía enfocada en el pensamiento deberá tener un rumbo conscientemente dirigido.

Este nivel es descrito como una primera realización trascendental de la conciencia identificada y dirigida hacia su fuente misma. El Maestre la identifica como dharana. *

El segundo nivel requiere de una atención total. En este nivel adquirimos la capacidad de fusión entre el sujeto y el objeto, sin perder la identidad propia. “Entramos” o nos sintonizamos con la vibración del objeto. Esto sólo es posible en un instante que parecería ser fugaz: el presente.

Vivir el presente, en una identidad sujeto-objeto, es el objetivo de este nivel. La tradición nos habla de que el Maestro entrega al discípulo un objeto gráfico o de tres dimensiones (puede ser un icono) para que el discípulo se identifique con un nivel de vibración, que implica la expansión de su estado de conciencia. El Maestre de la Ferrière identifica este nivel (peldaño) como dhyâna. *

El tercero es el estado final, la única experiencia verdadera, la trascendencia del yo individual en el presente, donde futuro y pasado, tiempo y espacio, quedan superados.

“El samadhi no es una recompensa, no es nada comparable con el paraíso o el nirvana, es el estado no de la conciencia, sino el plano real de lo eterno en el sentido universal” (R. de la Ferrière, 1961,  p. 67)


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