En cada paso del
camino del Yoga existen algunas recomendaciones clásicas. Al iniciar la
práctica del samyama, que es el
estadio de los tres últimos niveles del sistema del astânga Yoga, el consejo es
tener paciencia.
Si anhelas la
trascendencia y la iluminación, tu ego empezará a funcionar como un huracán,
absorbiendo la energía que has refinado a lo largo del camino. Si no cruzaste
el “puente” de prathyâhâra,
seguramente no podrás continuar y te desilusionarás. Una postura hierática sin
haber logrado previamente la maestría del “contacto” con tus percepciones,
descubrir el arte de “desconectar” y “deshacer tus nudos” emocionales, puede
ser un buen camino para profundizarlos y complicarlos más, evitando la
liberación de tu propia carga.
Sin haber atravesado
el camino correctamente, sin la dirección de un Maestro, seguramente lo más que
lograremos, en el mejor de los casos, es un estado aceptable de relajación o
una técnica de sensibilización.
El samyama (atención, unión, iluminación)
constituye el último estadio del Yoga. Por ello, hay que insistir en el sistema del Yoga integralmente, en el
que cada nivel, cada disciplina, tiene un sentido a partir del conjunto.
La tradición del
Yoga sostiene una visión organísmica del ser humano, y que en el proceso de la
expansión de la conciencia se van rebasando los límites del sí mismo, desde lo
corporal, pasando por una conciencia de unidad individual (unidad de los planos
de manifestación física, emocional, mental y espiritual), hasta llegar a la
conciencia de unidad entre el sí mismo, la naturaleza y el universo, por medio
de una identidad de sintonía, de vibración.
La psicología
transpersonal, en Occidente, distingue entre conciencia transpersonal como unidad con el cosmos, la naturaleza y
el universo; y la conciencia trascendente
de unidad total: unidad del Ser. Sin embargo esta subdivisión parecería ajena
al planteamiento del Yoga clásico y del Yoghismo.
En Occidente, el
concepto de meditación tiene muchas interpretaciones, desde “aplicar el
entendimiento a la consideración de una cosa”, hasta tener experiencias de
“sonidos” y “luces” provocados en ciertas prácticas de cierto misticismo
elemental.
Recordemos que la
psicología del Yoga hace una diferencia entre la vigilia, el ensueño y el
sueño. Y el samyama actúa en la
conciencia plena, evitando estados de autosugestión o autohipnosis.
“Samyama (…) no puede ser obtenida sino
por medio de una síntesis del saber y de la intuición, de la razón y de la sensación,
de lo objetivo y de lo subjetivo” (R. de la Ferrière,1961, p. 59).
La paciencia es,
pues, requisito para permitir la experiencia de la libertad de los citavritti, de las pasiones y los
torbellinos mentales. Nuestra cultura nos ha “educado” en una cierta tensión
que exige resultados, beneficios, productos, satisfactores inmediatos ante
cualquier esfuerzo. Introyectamos colectivamente que, ante cualquier reto, el
mejor camino es el más corto.
Sin embargo, la
experiencia del samyama trasciende la
tendencia aprendida en la que nuestro ego marca el camino a seguir. Samyama busca la identidad del ser, de
nuestro sí mismo.
Dentro de las
diversas tradiciones de las escuelas de meditación, la más conocida se llama
Vippâsana. Existen tres modalidades
de ella. Veamos:
La primera es la más
recomendable para las personas que no están muy avanzadas en la práctica de las
âsanas, o que han vivido en una permanente actividad y movimiento. Es la
técnica más recomendable para lograr la sintonía de la conciencia corporal,
emocional y mental.
Esta modalidad, tal
vez, es la más recomendable para las personas que viven en una ciudad de
Occidente:
1. La técnica se
realiza caminando, volviéndote consciente de cada movimiento de tu cuerpo, por
pequeño que éste sea, con los ojos abiertos.
2. Puedes caminar en
círculo o en línea recta y regresando, siempre llevando a cabo cada movimiento
lentamente, como si estuvieras dentro de una película proyectándose en cámara
lenta.
3. Cualquier estímulo
exterior (formas, volúmenes, colores, olores, movimientos, sonidos, ruidos,
etcétera) debes observarlo, sin que te involucres, sin evaluarlo, sin
detenerlo.
4. Camina lentamente,
pero esta vez no vas a atender tus percepciones, solo la respiración, el aire
que entra y sale de tu cuerpo. Después, la atención estará en el punto de
contacto de los pies con el piso.
5. Posteriormente,
pondrás la atención en los latidos del corazón. Dejarás que el prana entre y toque tu corazón (del
movimiento al corazón). Si es difícil, atiende la base la columna vertebral y,
de ahí, atiende el corazón.
6. Percibe el aire que
entra por tu garganta. La respiración tiene que ser lenta y prolongada, sin
forzarte en lo más mínimo.
7. Cuando descubras que
estás plenamente relajado, deja invadirte de prana en todo el cuerpo. No atiendas ningún punto; deja pasar
cualquier pensamiento; solamente obsérvalo.
8. Tu movimiento ha
tomado un ritmo y tú estás entrando en un estado vibratorio especial. Vive la
no experiencia de ti mismo.
9. Puedes caminar de 20
a 30 minutos, y después, relajarte recostado en el piso unos cinco minutos.
Los maestros (Gurus)
suelen dar indicaciones especiales e individuales en esta técnica a personas
con amplia experiencia en el conjunto del sistema del Yoga.
La segunda modalidad
es, tal vez, la más popular en Oriente. Las indicaciones generales respecto a
los estímulos exteriores e interiores son las mismas. Esta es una técnica
particularmente más fácil para las mujeres:
1. La técnica se
realiza en una de las posiciones tradicionales de meditación, con la columna erguida
y la cabeza levantada.
2. El punto central de
esta técnica está en la respiración.
3. La atención se
centra en la expansión y contracción de tu vientre a la entrada y salida del
aire.
4. La atención en este
centro implica movilizar la energía sutil al derredor del plexo solar, que es
el mayor receptor de energía del exterior y de la vida misma. Este es el punto
desde donde los artistas marciales concentran y lanzan al exterior su energía
en un movimiento o un golpe.
5. Posteriormente, la
atención la llevarás a los latidos del corazón; dejarás que el prana entre y toque tu corazón (del
movimiento al corazón).
6. Cada vez el corazón
se hace más silencioso; los pensamientos desaparecen y descubres tu propio
silencio.
La tercera técnica
requiere de una actitud más pausada; sin embargo, es una técnica
tradicionalmente masculina:
1. La técnica se
realiza también en una de las posiciones tradicionales de meditación con la
columna erguida y la cabeza levantada.
2. El punto central de
ésta técnica está en el aliento a través de las fosas nasales.
3. Posteriormente, la
atención la llevarás a los latidos del corazón. Dejarás que el prana entre y toque tu corazón (del
movimiento al corazón).
4. Encontraras tu
ritmo, el silencio. Las racionalizaciones, las ideas, los pensamientos se
diluyen.
Cada una de estas
dos últimas variantes de Vipassana pueden realizarse en unos 20 a 60 minutos.
Tradicionalmente, la técnica nos señala la importancia de mantener los ojos
cerrados. No debe combinarse con ejercicios de pranayama, los cuales tienen otro momento y otra función.
Debes evitar la
tensión. Cuando me refiero a atención, es a estar alerta y perfectamente
consciente, no a iniciar tensiones alrededor de una actividad o centro de
energía del cuerpo. La respiración es un medio y en un momento tomará de manera
natural su propio ritmo y no demandará tu atención.
No se trata de
alcanzar una meta cuantificable, sino develar,
descubrir nuestro verdadero rostro
que siempre ha estado ahí, en nosotros mismos. Para lograr el estado de meditación, hay que resolver y parar toda tensión y atención corporal, mental y emocional. Parar toda actividad, es una experiencia
íntima, del ser (ontológica), en la que te despojas de los ropajes y estás ahí,
en el ser, en tu centro, totalmente relajado.
En el proceso de
meditación, hay un momento que requiere de una intervención sutil: de un
“truco” para acceder al ser. Una experiencia personal que podríamos
ejemplificar con el momento en que aprendes a nadar o a conducir una bicicleta.
Tus padres o instructores te han explicado “cómo”, pero tú tienes que
confrontar el momento y encontrar “el truco”, tu modo personal de flotar y
nadar, de equilibrarte y pedalear. Por ello, es importante el “puente” de prathyâhâra, que te ha entrenado para
tomar contacto y distancia de los fenómenos psicomentales. Existe una línea
sutil, una frontera, que atravesar sin perder tu plena identidad.
Para meditar (el
primer escalón del samyama), es
indispensable despojarte a voluntad de los sonidos, de los sabores, de los
aromas, de las tonalidades. Llegar al silencio.
Las percepciones,
las emociones, los pensamientos están presentes en cada momento de nuestra vida
cotidiana. La meditación nos permite hacer presentes pequeños instantes de
silencio. Al principio, serán experiencias fugaces; más tarde se volverán
cotidianas. Y llegará el momento en que accedas a tu silencio a voluntad.
La concentración
(segundo escalón del samyama) es la
acción de penetrar en los objetos
externos, sean o no iconos de la tradición, símbolos, objetos de arte, objetos
utilitarios o de la naturaleza. En esta disciplina, es esencial la presencia
del Maestro, y la plena identidad del sí mismo. El Maestre de la Ferrière nos
alerta que no es una acción de disolverse
en el objeto, sino de penetrar en su
vibración sin perder la identidad del sí mismo.
Meditación y
concentración constituyen aún una experiencia, al permitirnos acceder a un
estado de vibración, y por tanto, de conciencia del sí mismo. Estas
experiencias te facilitan la habilidad para responder al medio de acuerdo a
cada circunstancia; te permiten fluir. Adquieres una inteligencia
cualitativamente diferente; ya no existen patrones determinados por la cultura
o la educación que te aprisionen, ni respuestas confeccionadas (introyectadas).
Cuando develas tu ser, la acción continúa, pero tú tienes acceso a tu centro.
A partir de un
conocimiento profundo del sí mismo, surge el respeto a uno mismo y a los demás.
Prathyâhâra junto con la experiencia de la meditación y la
concentración, te permiten eliminar los obstáculos, las obstrucciones, los
bloqueos, para acceder a tu potencialidad natural.
Y para esta
develación del sí mismo, es necesario despojarse de las muletas. Por ello, no
es posible, por ejemplo, utilizar música en meditación; ésta es un buen medio
para el prathyâhâra, no para el samyama. La conciencia no puede ser
creada desde el exterior. Está más allá del alcance de los estímulos
exteriores.
Y he aquí una señal
reiterada por los Maestros: cualquier cosa que se te atraviese a la mente
durante el proceso del samyama, es
algo ajeno a tu ser. En el camino de la meditación, de la identificación, de la
iluminación, tu ser está más allá de las “experiencias” agradables o
desagradables. Requieres dejar de hacer programas en tu mente, colores y
sensaciones en tus emociones, tensiones en tu cuerpo; aventurarte a la
experiencia del Ser en el punto medio, en una profunda relajación.
Recordemos una vez
más las huellas de los dedos de tu mano, que son originales e irrepetibles. Así
son los caminos para llegar al Ser. Cada cual debe encontrar, en el momento
preciso, en la frontera desconocida, su forma personal, su movimiento íntimo,
su sonido original. El siguiente paso, tu imperceptible “técnica” para acceder
al centro más íntimo, para convertirte en un observador de lo relativo y de lo
esencial.
En la tradición del
Yoga existen innumerables parábolas. Una de ellas nos habla de que el estado de
meditación es, cuando frente a un huracán te conviertes en el centro: estás
dentro del mar, las olas están agitadas, la tierra ha revuelto el agua y ha
impedido la visibilidad; los troncos y las piedras se mueven con violencia de
un lado a otro, y tú estás en el centro, plenamente consciente de cada
movimiento, con plena conciencia del conjunto. No eres el que agita o mueve la
tempestad, tú estás observando.
Puedes mirar al
exterior o al interior a voluntad (la voluntad del sí mismo), entonces descubres tu identidad. Eres conciencia,
estás sintonizado hacia adentro y hacia afuera. Eres parte del cosmos, y se te
había olvidado. La capacidad de observar conscientemente, de no perder el más
mínimo detalle, de mantener tu vibración, en una especie de empatía universal,
eso es meditación (samyama).
El Maestre de la
Ferrière plantea tres niveles en el desarrollo del samyama:
El primero consiste
en darle un sentido y una dirección
al pensamiento. Prathyâhâra nos ha
permitido afinar y regular la energía de nuestros sentidos. Ahora la energía
enfocada en el pensamiento deberá tener un rumbo conscientemente dirigido.
Este nivel es
descrito como una primera realización trascendental de la conciencia
identificada y dirigida hacia su fuente misma. El Maestre la identifica como
dharana. *
El segundo nivel
requiere de una atención total. En este nivel adquirimos la capacidad de fusión
entre el sujeto y el objeto, sin perder la identidad propia. “Entramos” o nos
sintonizamos con la vibración del objeto. Esto sólo es posible en un instante
que parecería ser fugaz: el presente.
Vivir el presente,
en una identidad sujeto-objeto, es el objetivo de este nivel. La tradición nos
habla de que el Maestro entrega al discípulo un objeto gráfico o de tres
dimensiones (puede ser un icono) para que el discípulo se identifique con un
nivel de vibración, que implica la expansión de su estado de conciencia. El
Maestre de la Ferrière identifica este nivel (peldaño) como dhyâna. *
El tercero es el
estado final, la única experiencia verdadera, la trascendencia del yo
individual en el presente, donde futuro y pasado, tiempo y espacio, quedan
superados.
“El samadhi no es una recompensa, no es nada
comparable con el paraíso o el nirvana, es el estado no de la conciencia, sino
el plano real de lo eterno en el sentido universal” (R. de la Ferrière,
1961, p. 67)
EXCELENTE ANALISIS MAESTRO ADRIAN. AGRADECEMOS SU EXPERIENCIA COMPARTIDA
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